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Siria: tres guerras en una

Esta nación árabe está sumida en guerras civil, santa y fría, en las que se involucran varios países.

La guerra de Siria no es una guerra: son tres, y contienen el germen de la que puede ser la última de todas… la hecatombe final.

En ella están involucradas al menos las cinco mayores potencias nucleares: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia, unidos en dos frentes rivales, aún no enemigos, pero, paradójicamente, con intereses comunes.

Se entremezclan ambiciones geopolíticas, económicas y hasta religiosas de importancia para varios países, entre ellos algunos que patrocinan a organizaciones terroristas (Irán, Irak), y otros que ni siquiera tienen existencia oficial (Kurdistán, Estado Islámico, Al Nusra).

Los 185.180 kilómetros cuadrados del país no son ya de los 18,5 millones de sirios (se calcula que 11 millones han salido de sus hogares), sino de los ejércitos que se disputan las históricas arenas de uno de los países más antiguos de la Tierra.

Son 2.363 kilómetros de fronteras que nadie respeta, porque todos buscan adueñarse del trozo mayor de un territorio en ruinas.

Guerra civil

Todo comenzó el 15 de marzo de 2011, con la represión de protestas pacíficas contra las torturas a cuatro niños arrestados por pintar un grafiti contra el dictador Bashar Háfez al-Asad.

Los manifestantes, en su mayoría sunitas, se armaron y respondieron, y el gobierno chiita reaccionó. La represión se generalizó, y una semana después Siria estaba en guerra civil.

Al-Asad se aprovisionó de armas en su tienda favorita: Rusia, que le vendió de todo para pelear y además le envió consejeros y asesores para indicarles a las tropas cómo hacerlo actuar.

En realidad, Vladimir Putin buscaba defender Tartus y Latakia, puertos donde Rusia tiene poderosas bases militares, una ventana sobre el Mediterráneo y el sur de Europa. Si la pierde, el poder geopolítico ruso sufrirá una merma impensable.

Los rebeldes recibieron ayuda de la Unión Europea (Estados Unidos estaba detrás), y Turquía, Irak, Irán, Líbano y hasta Israel aceitaron sus fusiles.

La guerra civil se libraba con dureza, con un ejército que dominaba los aires y se movía rápido en sus transportes rusos y unos rebeldes haciendo guerra de guerrillas en las ciudades y ganando territorio palmo a palmo, muerto a muerto.

En agosto de 2013, al-Asad apeló a las armas químicas y a la táctica de la tierra arrasada, en un intento por lograr un repliegue rebelde y darse un respiro.

Pero el mundo se puso en contra cuando usó tóxicos en Goutha. El episodio químico animó a los rebeldes, que buscaron apoyo en el vecindario, y lo encontraron. Ya iban dos años de guerra civil.

(Desde entonces se han registrado decenas de ataques con armas químicas).

Rusia siguió aprovisionando a al-Asad, mientras en su apoyo desde Irán llegaban voluntarios chiitas y mercenarios (musulmanes árabes y europeos).

En un primer momento, los rebeldes solo contaban con asistencia no letal, pero más tarde Estados Unidos empezó a darles dinero, armas y entrenamiento a la que consideró ‘oposición moderada en lucha contra los terroristas’.

Pero Washington admitió después que parte de su ayuda terminó en la bolsa común de millones de dólares aportados por simpatizantes de Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y Turquía con que se financió el sangriento Estado Islámico (EI).

EI y el Frente Al Nusra, brazo armado de Al Qaeda en Siria, recibieron así unos 2.450 sistemas portátiles de defensa aérea, 1.750 sistemas antitanque, 650 lanzacohetes múltiples, más de 24.000 proyectiles de distintos tipos y más de 600 toneladas de explosivos.

Guerra santa

En simultánea, el recién nacido Estado Islámico declaró a Mosul (Irak) y luego a Raqqa (Siria) como sedes de un sultanato (supremo poder político de facto), y se lanzó a la conquista de Siria y a combatir a los infieles (europeos, incluidos rusos y estadounidenses).

Junto con Al Nusra, conforman el frente fundamentalista más radical del islam militarista. Al Nusra, sunita, con importante fuerza kurda, decidió establecer un califato (jefatura religiosa de todos los musulmanes del mundo) en Siria.

Comenzó así la segunda guerra paralela, la guerra santa, justificada por Alá y que debe conducir a la salvación eterna de quien muere en ella. En su desarrollo, todo el que no es musulmán es un infiel y debe morir.

La alianza fundamentalista decidió combatir contra el gobierno Sirio y su patrocinador Rusia, por un lado, y contra las fuerzas kurdas moderadas, venidas del sur de Turquía y el norte de Irak, por el otro.

Su estrategia es ayudar a combatir a al-Asad, mientras se adueña del territorio donde creará su Estado.

Los kurdos pretenden establecer su territorio autónomo en lo que puedan apañar de Siria, Irak, Turquía e Irán, y combaten con denuedo a al-Asad. Tienen bajo su control todo el norte de Siria, del que EI pretende desalojarlos.

Guerrean dentro de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), junto a armenios, turcos, sirios, iraquíes y asirios.

En septiembre de 2014, sin aprobación siria, Estados Unidos lanzó tropas suyas y aliadas contra el Estado Islámico, de gran movilidad, lo que hizo que los bombardeos aéreos fueran imprecisos y afectaran a los civiles.

Un punto muy complejo es que hay kurdos en EI y Al Nusra, que combaten contra sus hermanos de las Unidades de Protección Popular (Yekîneyên Parastina Ge, o YPG), principal organización político-militar del Kurdistán; sunitas combatiendo a chiitas, y tropas sirias de todas las variantes del islam, e incluso cristianos, combatiendo contra unos y otros.

Y todos, a su vez, peleando por lo que queda o pueda quedar de Siria, y con intenciones de no irse jamás de esas tierras con miles de parajes bíblicos.

Guerra fría

Ese ambiente caótico le permitió a Rusia consolidar un gran poder en Siria y la zona, y la Otan y Europa, pero especialmente Estados Unidos, lo enfrentaron.

En 2016 comenzó, en consecuencia, una batalla más de la Guerra Fría que se creyó terminada la noche del 9 de noviembre de 1989 al caer el Muro de Berlín.

Se trata de un enfrentamiento político, económico, social, militar, informativo y científico entre Estados Unidos y Europa, por un lado, y Rusia e Irán (con apoyo chino), por el otro.

El objetivo de cada potencia es convertirse en el principal factor de poder en el área y en el mundo, y aunque no hay combates armados, los episodios de esa guerra son resultado de la manera como las potencias manejan sus relaciones con las fuerzas en guerra en Siria.

Para todos, menos para Turquía, Siria es un lugar demasiado lejano, pero por el cual vale la pena patrocinar los ejércitos que sean necesarios. Es un país que, a la potencia que lo controle, le permitirá dominar el Mediterráneo, Europa, África, Asia...

Por ahora, la ventaja es rusa, y con ello se favorecen China e Irán. La motivación principal china es evitar que los actores mundiales destruyan a al-Asad y tengan una base de operaciones en el corazón del planeta, y donde Beijing pueda quedar sin injerencia alguna.

Así, una alianza con Rusia e Irán, antes que con Estados Unidos, tiene todo el sentido para China.

Pero, es en este punto, en el que Israel comienza a contar como aliado de Estados Unidos —bombardea objetivos sirios, y libaneses de Hezbollah— donde puede originarse la guerra final.

El uso de gas sarín durante un bombardeo sirio a comienzos de abril, fue señal de que el juego de los espías está en auge. El gas surgió durante un bombardeo aéreo normal, del que nadie sabía, y el único inculpado es al-Asad.

¿Quién lo usó? No se sabe, pero todos señalan hacia el único en posición de no lanzarlo: Bashar al-Asad.

Así trabajan los espías de la guerra fría.

Así puede llegar la catástrofe definitiva...

(Las potencias buscan controlar Siria, para controlar el mundo desde el corazón del planeta. La ventaja la tiene Rusia, que defiende al gobierno de Siria, donde tiene dos poderosas bases militares. China está de su lado, junto con Irán. Estados Unidos y Europa no quieren quedar fuera.)

¿Quién lo hizo?

¿Quién lanzó el gas sarín que mató a 87 civiles, entre ellos 31 niños y lesionó a 312 más, en Jan Shijún al comenzar abril?

No se sabe, pero coincidió con un bombardeo normal del que, en teoría, solo el gobierno sabía.

Pero en la guerra fría los agentes secretos son claves.

El presidente Bashar al-Asad no estaba en situación de usarlo: sería, como fue, el primer inculpado.

¿El Mosad, servicio de inteligencia israelí? Pudo ser, para pescar en río revuelto y vengar viejas acciones sirias contra Israel, que además en 1967 le arrebató los Altos del Golán.

¿La CIA estadounidense? Quizás, para justificar, como ocurrió, el primer gran bombardeo directo de Estados Unidos contra el gobierno de al-Asad, y poder así comenzar a socavar el poder ruso en la región.

¿El SVR (exKGB) ruso? Tal vez, para obligar a Estados Unidos a involucrarse de manera directa en una guerra extremadamente costosa que desgastará a Washington, o como se especula, como gesto amable de Vladimir Putin para que Donald Trump pudiera demostrar que es capaz de llevar a la práctica sus palabras de guerrear.

¿La DGS siria? Pudo ser, a espaldas del gobierno, para acelerar la caída de al-Asad, del que altos funcionarios estarían hastiados por su determinación de acabar con el país antes que dejar el poder.

¿El MSS chino? Improbable, no imposible.

¿Irán, EI, Al Nusra, los kurdos..?

Es tu turno, doctor

Dos meses antes, Mohamed Bouazizi se había prendido fuego en una calle de Túnez. Protestaba porque la Policía le había decomisado su ventorrillo de mangos, mandarinas y dátiles. Murió el 10 de enero, pero desde el 27 de diciembre el mundo árabe ardía.

Su muerte le dio forma a la Primavera Árabe, un movimiento social que empezó en las arenas desérticas del Marruecos Sahaurí, que aún no termina y que ha revuelto las entrañas podridas de las viejas estructuras de poder del norte de África y el medio Oriente.

Esa noche del 17 de enero de 2011 ya habían caído Túnez y Egipto, y el resto del mundo árabe temblaba.

Mouawiya Syasneh, hijo de musulmanes sunitas, salió de la escuela de Daraa, en el sur de Siria. A sus 14 años tenía, como sus tres amigos, pocas cosas que hacer. Una, hablar de lo que decían los mayores sobre la primavera política.

No recuerda de dónde salió el tarro de aerosol ocre. Pero, con él en sus manos, fue al muro amarillento de la escuela y escribió en árabe: “Es tu turno, doctor”. El último chorro de pintura fue el comienzo de la peor tragedia de los tiempos que corren: la guerra de Siria.

Doctor le dicen a Bashar al-Assad, el sanguinario odontólogo convertido en dictador que se aferra como sea al poder sirio desde cuando en 2000 lo heredó de su padre, el golpista Hafez al-Assad, junto con la ‘revolución correctiva’. 

El grafiti fue más una broma que una acción política: su edad no daba para mucho…

En la madrugada, el Mukhabarat (policía secreta) llegó a casa de Syasneh y se lo llevó. Le pusieron choques eléctricos y lo golpearon. Todo el día estuvo colgado de las manos, hasta que dio los nombres de sus compañeros, otros niños, que también fueron arrestados.

En la noche, los papás de los chicos se congregaron en una esquina a exigir que los devolvieran. Marcharon todos los días hasta que, el 12 de marzo, los devolvieron torturados.

Los papás elevaron sus protestas y recibieron respaldo de otros manifestantes. La Policía reaccionó con balas y gases.

El 15 de marzo, todas las ciudades sirias estaban unidas en apoyo a los papás de Daraa en lo que se llamó el Día de la Furia, y el pequeño movimiento se transformó en una revuelta a gran escala.

Syasneh se armó, se hizo miliciano y sobrevive. No sabe qué ha pasado con sus amigos.

Lo que queda

Siria, seis años después:
Ha perdido 17% de su población.
La esperanza de vida cayó 20%, de 75,9 a 55,7 años.
Los desplazados son 80% mujeres y niños.
Ha perdido seis veces su PIB, unos 240 mil millones de dólares.
Más de 2 millones de niños no van a la escuela.
Las necesidades de la población civil han crecido 100%, pero la ayuda ha disminuido 14%.

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Sábado, 29 de Abril de 2017
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