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A Roma, con afán

Percibo entonces que hubo realmente un encuentro.

Y con amor también, como en la película de Woody Allen. Con amor a su patria y a la verdadera paz para Colombia le cumplió la cita al papa Francisco el expresidente Uribe, quien además es católico practicante, lo cual le sumaba a su encuentro un profundo respeto y sumisión.

Pero solamente en asuntos de fe el expresidente Uribe, como todos los católicos, le debe sumisión al sumo pontífice. Quienes le organizaron esa especie de cita sorpresa, a las volandas y por fuera de todos los tiempos y  exigencias del protocolo vaticano, se equivocaron si esperaban que la autoridad espiritual de Francisco y su fuerte presencia mediática iban a doblegar las convicciones de Uribe frente al Acuerdo, frente al conejo del plebiscito y el atropello de la implementación.

Percibo entonces que hubo realmente un encuentro y dos reuniones. En una veo a un Álvaro Uribe  que se arrodilla con humildad sincera ante su máximo padre espiritual, como lo hacen todos los domingos miles de peregrinos que esperan con devoción sus palabras y su bendición. Para un católico practicante, un rosario bendecido personalmente por el Papa es una reliquia.

En la otra veo a un jefe de Estado –el papa– que a través de su Cancillería le cursa invitación a otro jefe de Estado y ganador del premio Nobel de Paz –el presidente Santos– al tiempo que accede a una propuesta agenciada con fuerte lobby desde Bogotá –el procurador Carrillo– para extender la invitación al expresidente Uribe, en su condición de líder reconocido de la oposición, mas no a la paz ni a la posibilidad de un acuerdo con las Farc, sino a algunas condiciones específicas del Acuerdo firmado. El objetivo: lograr que Uribe hiciera borrón y cuenta nueva, que se olvidara de diferencias  y nimiedades, entre ellas de la expresión de la voluntad popular en las urnas, y movido por su fervorosa sumisión en lo espiritual se sumara con entusiasmo, no solo a la implementación de lo acordado, sino a la forma inconstitucional –con perdón de la Corte– como se está desarrollando.

El Uribe de esa segunda reunión no era ya el devoto feligrés, sino el expresidente, senador de la República y líder de uno de los sectores que obtuvo una legítima victoria en  las urnas en contra del acuerdo con las Farc. Frente a él, ya no el sumo pontífice de los católicos, sino el Jefe del Estado Vaticano, a quien, con el respeto debido y bajo los cánones de la diplomacia, el expresidente le plantea sus válidas diferencias  y, con inesperada generosidad, abre una puerta para que, dentro de la implementación, el Gobierno “afloje un poco” para subsanar diferencias fundamentales como la impunidad frente al narcotráfico  y delitos atroces, la elegibilidad inmediata y la devolución de niños y secuestrados, entre otras.

Varias cosas le debieron quedar claras al papa. Que más de seis millones de colombianos no estuvieron de acuerdo con lo negociado, pero también quieren la paz y no son guerreristas desalmados. Que las diferencias no se reducen a mezquindades políticas, sino a temas sustanciales de justicia y derechos humanos. Que hay otra verdad detrás de la verdad oficial.

Nota Bene 1. Con la inaudita posición del Consejo de Estado, incluidas inhabilidades y conflictos de interés, se consuma la claudicación del Poder Judicial. Del Legislativo, ni hablar.  ¿Para dónde va nuestra democracia?

Nota bene 2. Feliz Navidad a mis lectores. La prosperidad para 2017, la verdad, la veo embolatada por una economía en declive, inversión extranjera espantada, enormes compromisos del posacuerdo, alzas del nuevo año y reforma tributaria.

Viernes, 23 de Diciembre de 2016
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