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La agonía redentora
Getsemaní se siembra en la paz de sus raíces, pero tiene un adicional y mágico testimonio de recogimiento: la imagen de Jesús.
Domingo, 9 de Abril de 2017

Getsemaní, en el Monte de Los Olivos, como cualquier huerto, se siembra en la paz de sus raíces, pero tiene un adicional y mágico testimonio de recogimiento: la imagen de Jesús, en agonía, en su condición humana, frágil, ansioso de hallar, en la fuerza de la oración, aquella noción espiritual que lo hiciera valorar el sacrificio, inmenso, de soportar las penurias de la misión noble de redimir la humanidad.

Amamos su rostro en sufrimiento porque, de la ternura y la noción original del bien que emana de él, de la inspiración en la divinidad y de esa especie de instante seductor que proyecta por el aire, por el sonido y por las huellas de los pájaros, se desprende un esplendoroso camino que conduce a lo celeste.

Allá, a lo lejos, están espíritus y ángeles, que conforman en torno a Dios el cortejo santo, que trascendieron al infinito y disfrutan, ahora, de ese sacrificio que empezó en el Monte de Los Olivos, cuando el tiempo comenzó a ganarle la partida al mundo y a enseñarle, al ser humano, las cosas fundamentales.

Es el  modelo para generar emoción mística en cada uno de nosotros, para alabar ese ejemplo y asociarlo con lo que Él sufre: la agobiante angustia. No es culpable pero asume la miseria de todos para clavarla, luego, en una cruz y ofrecerla como vía a la conciliación con Dios.

A Jesús le ocurre, como a muchos de nosotros, los humanos, que hace el bien y sale a deber (ingratitud); por algo, decide incorporar a su vida la pobreza de la condición mortal, aprenderla y superarla para enseñarnos, con la docilidad de su plegaria, a acogerse a la misericordia de Dios e ir hacia el tiempo con la esperanza inscrita en un sueño de amor.

Cuando llega el amanecer y se aposentan en su corazón el equilibrio de la luz, el colorido horticultor y la visión de los hombres depurados de la culpa terrenal, se aquilatan en su bondad divina los dones generosos de la suprema virtud de santidad, mediante la cual se sacrificó por nosotros.

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