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Columnistas
El reportero invisible
No me gusta ese periodismo en que el corresponsal que vemos en el noticiero se lleva los créditos y los aplausos.
Jueves, 9 de Febrero de 2017

De los periodistas no me gusta el showman, el Jaime Bayly, el dandy de la pasarela para quien es más importante el maquillaje que la noticia. No me gusta el periodista señorito que no hunde los pies en el barro y hace reportería con las uñas limpias. Ese tipo de periodista que hace su trabajo con asistentes y que, por lo general, es el asistente el que hace su trabajo. No me gusta ese periodismo en que el corresponsal que vemos en el noticiero se lleva los créditos y los aplausos; se lleva la gloria y los contratos, mientras el que está detrás, con la cámara al hombro, bajo la lluvia o el sol (y muchas veces con hambre y problemas) entrega la vida para que usted vea una imagen en la pantalla del televisor o una fotografía en el periódico.

¿Han visto ese cruce de disparos entre la guerrilla y el ejército? Eso lo hizo un camarógrafo.  ¿Han visto esas fotografías espectaculares de los juegos olímpicos en el que los gimnastas en el caballete parecieran que volaran? Eso lo hizo un reportero gráfico. Y sus nombres apenas son conocidos.

Son reporteros invisibles: su trabajo tiene la grandeza del anonimato. Sus imágenes, muchas veces cargadas de poesía y luz, instalan en la memoria del lector o televidente, una idea. Porque el ángulo que elige el fotógrafo (o el camarógrafo) es una forma estética de la editorial. Un fotógrafo, cuando es bueno, editorializa con imágenes, o, por lo menos, da su opinión sobre lo que tiene al frente, y a eso le da una dimensión estética.  Y cuando no es bueno, toma una foto.

Gracias a los camarógrafos vimos el carnaval de Woodstock, la caída del muro de Berlín, las revueltas de mayo del 68, las revueltas de la primavera de Praga, la guerra de Vietnam, la matanza de Tlatelolco. Gracias a los reporteros gráficos tenemos a Marilyn Monroe congelada para siempre sobre las rejillas del metro, con su vestidito blanco abierto como alas de mariposa. La imagen del Ché, de Alberto Korda, fue la metáfora de una generación de jóvenes que buscaban la construcción de un hombre nuevo. Hoy nadie recuerda a Raymond Aron (el filósofo francés que se enfrentaba a Jean Paul Sartre en los tiempos del 68), pero todos reconocen la fotografía de Korda.

Reporteros invisibles que se borran a sí mismos para que su obra complete lo que nos hizo falta del día. Cuando se acabe el papel (que se va acabar), y no sea necesario tanto periodista señorito, ustedes van a gobernar el mundo.

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