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El papa no va a Las Mercedes

El papa Francisco tampoco  nos visitará esta vez.

Hoy tengo que darles esta infausta noticia a mis amigos de Las Mercedes: El papa Francisco tampoco  nos visitará esta vez. Como las esperanzas mantienen, pero no engordan, esperaremos a ver si en otra oportunidad se nos da el sueño tan largamente esperado.

Resulta que mis paisanos radicados en Cúcuta, como saben que yo tengo buenas migas con El de arriba y el de Roma y otros de la jerarquía vaticana, me habían comisionado para que les hiciera la vueltica, a ver si esta vez lográbamos lo que no pudimos con Pablo VI, ni con Juan Pablo II: Que, en septiembre, cuando venga a Colombia, nos visitara y se quedara por lo menos una noche con nosotros.

En un comienzo les dije que este humilde creyente no era el más indicado para esa intermediación ante el Vaticano, pero me hicieron llegar un listado con muchas firmas, como ahora se acostumbra, encabezado por Ana Ilce, Ernesto, Melencho, Luis Jesús, Orlando, Luis Alfonso, el otro Luis Jesús y muchos más, todos bautizados y confirmados, aunque pecadores, eso sí,  pero deseosos de volver por el buen camino, y nada mejor que hacerlo ante Su Santidad Francisco.

Me convencieron, hice lo que pude, pero no fue posible. El ministro Juan Fernando me consiguió cita con el presidente Santos, empapado del recorrido papal, quien de inmediato me dijo que contara con eso. Sin embargo, mi mujer, que no corre sino vuela, me dijo que no le creyera: “Allá votaron por el No, y eso no se olvida”. Y así fue.

Hablé con el nuncio, quien me preguntó la forma de llegar hasta ese pueblo que ni en el mapa figura. Le dije que podría ser en helicóptero. “Lo baja la guerrilla”, me contestó. “Estamos en paz”, le dije. Me miró con una sonrisa bonachona, como diciéndome que yo sí era ingenuo. “¿Y por tierra?”, me aferré a una última esperanza. “Hable con su gobernador -me contestó- a ver si le echan una arregladita a la carretera, y seguimos hablando”. Me retiré con el ánimo en los pies, sabedor como soy de lo imposible que resulta hablar con William.

De modo que hube de decirles a mis queridos amigos, que nuevamente habíamos tacado burro. Nos quedamos, pues, ensayados. El cura del pueblo ya había mandado a pintar la pieza de huéspedes de la casa cural. La señora de la pensión ya se había comunicado con la cocina del Vaticano para saber si a su Santidad le gustaba la chinchurria y el maduro asado con queso por dentro y las mollejas de gallina. Los músicos del pueblo ya estaban ensayando una serenata papal, y las guaraperías querían ofrecerle su buena totumada de guarapo al pontífice, en lugar del mate argentino. Todos habíamos enjalmado, antes de traer el macho. Y no se pudo.

Otra vez será. Para entonces tal vez nuestro ilustre paisano, el padre Julio Correa, ya vista de morado y nos sirva de palanca efectiva para traer al sumo pontífice a  que conozca nuestro pueblo, donde quedaba el Paraíso antes de que llegara la guerrilla. Mientras tanto nos conformaremos con la bendición sin urbi y sin orbi de nuestro párroco. Amén.

 

Lunes, 13 de Marzo de 2017
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