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El gran garrote

Como si la confrontación entre dos rivales que se odian no fuera suficiente.

El mundo está nervioso. La guerra está a la vuelta de la esquina, pues las noticias no son buenas, sobre todo desde cuando llegó al poder un millonario que no es buen heredero de la tradición en el país que produjo estadistas del tamaño de Roosevelt, de Kennedy y de Obama, tres presidentes demócratas que supieron interpretar muy bien las obligaciones del más importante cargo del planeta Tierra y que hoy han sido sucedidos por personaje que no paga impuestos, desprecia a los periodistas y quiere regresar a su país a las viejas épocas del gran garrote, que nos costó a los colombianos la perdida de Panamá. 

Los nervios no son absurdos, sino producto de la tensión que se vive en el mundo, azotado por movimientos extremistas, odios profundos y proliferación de armas atómicas en manos de irresponsables que son capaces de llevarnos a la aniquilación total, como resultado de una guerra atómica que no quiere la mayoría de la humanidad pero que cuenta con el apoyo de una pareja de loquitos, uno en Washington y el otro en Corea del norte. 

Como si la confrontación entre dos rivales que se odian no fuera suficiente, en la patria del Libertador Simón Bolívar, en nuestra frontera, se vive enfrentamiento que no permite campo para el optimismo, sino para el pesimismo más profundo. La lucha entre la oposición y el gobierno socialista es similar a la que se escenificó en la década de 1936 en España y en 1970 en Chile, donde los odios profundos condujeron inevitablemente a enfrentamientos que costaron la vida de miles. 

Algún pensador diría que a quien no quiere caldo se le dan dos tazas, pero en este caso, gracias a la inmensa irresponsabilidad de los dirigentes de la oposición vamos derecho hacia mil tazas, un abismo, para satisfacer las ambiciones de expresidente que no ha podido conformarse con la falta de poder y está empeñado en regresar, cueste lo que cueste, al Palacio de Nariño, hoy ocupado por su más odiado contradictor y enemigo, el presidente Juan Manuel Santos, quien ha cometido muchos pecados, el peor de los cuales ha sido no haber colocado en su sitio, desde el primer momento, a quien más lo ha odiado.  Adicionalmente, no haberse sabido rodear de personas capaces y de menos candidatos presidenciales sin votos, como sus dos vicepresidentes y varios de sus ministros. A Santos le ha hecho falta la ayuda de un patriarca de esos que orientan a las tribus en tiempos difíciles. Pero es más fácil, y eso ha hecho, rodearse de lambones que se dedican a elogiarlo y no tienen el valor de criticarlo. No es fácil ser presidente. Y menos, expresidente.

Viernes, 5 de Mayo de 2017
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