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El acuerdo de tierras altas
El radicalismo y su correspondiente federalismo, logran romper esa constante y es cuando Cúcuta se empieza a desarrollar.
Viernes, 3 de Junio de 2016

La colonia española fue un modelo de extracción de riqueza por minorías no trabajadoras, que con base en derechos de explotación, por decisión divina, según ellos, que era como se consideraba el rey, explotaba a súbditos y, a su vez, extendía favores a sus cortesanos.

Eso se replicó en la colonia y explica porque el territorio de colonia española siempre fue un conjunto aislado de centros, donde se recibía la renta y de espacios vacios abandonados y “peligrosos”, que solo se usaban de paso. Los primeros se conocían como tierras altas, mientras que los segundos correspondían a zonas bajas, donde residían, entre otros, los “peligrosos” indios que no se habían dejado domar por el rey y la santa inquisición. Porque la colonia fue un modelo de explotación monárquico de la mano de la Iglesia católica. Pamplona era tierra alta; Cúcuta estaba en las tierras bajas y se funda, por ser un sitio de paso obligado entre las ciudades de tierras altas de Pamplona y Mérida, hoy Venezuela.

El radicalismo y su correspondiente federalismo, logran romper esa constante y es cuando Cúcuta después de la independencia se empieza a desarrollar, de la mano de alemanes, franceses e italianos, como centro de comercio internacional. Los alemanes y franceses, principalmente, eran conceptualmente trabajadores, no explotadores; en esa época España era ya el cadáver insepulto de un “reino antiguo” y solo mucho más tarde entraría a la industrialización, muy tímidamente para el desarrollo europeo. Aún hoy, los españoles son muy dados a segregar entre “distinguidos” y “comunes”. España está en problemas económicos porque nunca pudo romper ese lazo mental, repotenciado por el franquismo.

Cúcuta superó en tamaño a Pamplona en 1860. La regeneración derrota al radicalismo e implanta el centralismo extractivo, tan caro a muchos criollos y de la mano de la iglesia, en el cual vuelve el poder a las tierras altas, con centro en Bogotá.

Esto explica el abandono de regiones ricas como el Pacifico, Chocó, la Amazonía, la Orinoquía, el Urabá, los Montes de María, nuestro Catatumbo y otras regiones, “agrestes y salvajes”, que algún columnista rolo propuso alguna vez entregarles las guerrillas, si garantizaban que no se metían a Bogotá, Medellín y la zona andina, y concluía que después de todo no producían nada. No es sorpresa que las Farc propongan como zonas de paz con vigilancia fariana esas regiones inhóspitas, y no será sorpresa, si el gobierno acepta entregar estas zonas, como un “sapo” que se debe tragar en aras del bien supremo de la paz y del respeto de las “tierras altas”. Las guerrillas ocuparon las tierras bajas abandonadas por el centralismo extractivo.

El tema desde la visión bogotana, de la cual es hijo dilecto Juan Manuel Santos, es de “real politik”. Si las tierras bajas se entregan para bienestar de las tierras altas, todos ganan, pero se logra que perdure el modelo. El modelito es difícil de superar y España no lo ha logrado en siglos, a pesar que la generación del 86 lo destapó en su infinita pobredumbre. Pero el fascismo franquista lo volvió a revivir, con esa inolvidable frase, “España no necesita poetas”.

Lo que se puede estar pactando en la Habana es la entrega de las zonas bajas, lo cual explicaría, que la agitación grave de estos lugares en los últimos años se trate con medidas humanitarias y no de inversión en el desarrollo, porque una vez se entreguen, lo ideal para las zonas altas es que sean cada vez más pobres y desconectadas del centro. Obviamente esta es una simplificación máxima para explicar el actual curso de la Habana, pero en lo esencial, es correcto el diagnóstico.

El centralismo, no es de centralistas; en cada región hay seguidores acérrimos del modelo, lo que explica que nuestra dirigencia política jamás haya hecho algo para cambiar el curso de la región y estén todos apoyando, de manera entusiasta, el Acuerdo de Tierras Altas que se lleva a cabo en la Habana. La constitución de 1991 puso el ordenamiento territorial como eje descentralizador, el cual nunca se desarrolló y le sumó el mamertismo de un estado todopoderoso dador de todos los derechos, pero dejó incólume el principio de extracción, como ahora lo quieren hacer con el acuerdo de la Habana. Todo cambia para que todo siga igual.

Desafortunadamente un partido político, participante entusiasta del centralismo, se apropió del concepto de resistencia civil, que es la defensa que le queda a la sociedad organizada, cuando élites usurpan el poder. Esa sociedad organizada debe empezar por no apoyar el Acuerdo de Tierras Altas y después exigir el cambio del modelo, de extractivo a generador de riqueza. No será rápido, pero es el único camino.

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